
Todo pueblo que se precie forja su leyenda en la resistencia inútil y suicida. Ahí están Numancia o los Sitios de Zaragoza. Todo aspirante a pueblo que se precie, por lo tanto, basa su bandera en la derrota, ahí está Cataluña con sus segadors y su diada. La gente que se ha vendido al diario Público por 50 céntimos se preguntará: “¿No es más importante la vida de esos cientos, miles de inocentes hombres, mujeres y niños sacrificados por una causa fútil e inevitable, que los abstractos conceptos de honor y gloria?” La respuesta: propongamos una ley para que esta gente no pueda votar. Pero Jehová (más conocido por ‘Dios’, sin más) en su misericordia dice que cuanto mayor el pecado mayor el perdón, así que se lo trataremos de explicar aunque sin fotografías tamaño póster ni colorines y gráficos en derredor: Él te dio la vida en el vientre de tu impía madre, y como nada en este universo conocido y por conocer es gratis, qué te creías, ahí mismo firmaste placenta en ristre y empuñando el cordón umbilical una hipoteca vitalicia de deberes y obligaciones que solo la primera parte de la parte contratante puede recurrir e incluso anular tajantemente sin juicio previo. El 99’9 por ciento de la población mundial da gracias y además pide una continua subida de intereses al respecto. ¿Te crees tú que por llevar un piercing o ir a cineclubs eres diferente, zopenco? Ah, la juventud, tan entrañablemente rebelde y tan patética, dejémoslo así. El núcleo duro de la Mandarina sí ha leído la letra pequeña y sabe que todo esto sobre lo que pisamos se basa en la sempiterna lucha entre el Bien y el Mal, en la propia reafirmación frente a lo opuesto, lo extraño, lo diferente, el antagonista. Y cuanta mayor sea la adversidad mayor será la recompensa eterna, siempre y cuando estén presentes el sufrimiento y la culpa mediante el flagelo, instrumento este que debiera haber puesto punto y final al desarrollo tecnológico del homo sapiens. No es el manido “pidamos lo imposible”, sino un “regodeémonos en lo inevitable”.
Y de esta guisa, con la lección bien aprendida, se presentaron solo cinco gajos de la Mandarina Mecánica F.C frente al Real Pedrada, los vigentes campeones del torneo, el Antiguo Régimen a derrocar. Cuatro y el portero todo el partido frente a seis y el portero más tres cambios de refresco. Así como en el circo romano se representaban las batallas de Zuma o Actium, así esta sucia duna que tiene La Elipa por campo vería el combate entre Leónidas y Jerjes, la defensa del Paso de las Termópilas, senda que conducía a nuestra red ateniense. El enemigo nos ofreció una rendición digna de 3-0 sin jugar, pero le devolvimos muertos a sus emisarios. Esa noche cenaríamos en el Hades, sí, pero no sin dejarles la marca de nuestra roída dentadura en su piel de reptil. Ya de camino al campo vimos una señal sobre una iglesia, la gran efigie del doble que usó Don Jesús de Nazaret en la película homónima, y le rezamos para que nos infundiese valor y fuerza. Y luego por si acaso sacrificamos dos toros blancos en honor de Júpiter. Mejor no quedarse cortos.
El árbitro dio la señal de que comenzase la matanza. Al principio eso era como cuando los ganaderos van poco a poco acercándose al marrano para arrinconarlo e hincarle sin piedad el gancho en la garganta; ellos moviendo el balón de lado a lado y nosotros en falange espartana comandada por nuestro Raúl Fernández de Córdoba esperando el garfio en la frontal del área. Las dos primeras estocadas no se hicieron esperar, y en un plis plas nos colaron dos goles. Iba a correr sangre, mucha sangre. Pero Don Jesús, o Don Júpiter, o ambos dos a la bartola sobre un tresillo y dándole a una cerveza Ámbar, escucharon nuestras plegarias, y a partir de entonces el Maestro, que oficiaba de portero, contó con tres extremidades más: los palos y el travesaño. No se golpeaba tanta madera desde la construcción de la Armada Invencible. Además el Maestro, cuya única experiencia balompédica era la de portero de balonmano, resolvía los mano a mano sin moverse un ápice de la línea de gol y, cual molino quijotesco, ejecutaba los aspavientos propios de brazos y piernas de un portero de ese dialecto futbolístico que deificó Urdangarín con un sonado braguetazo. La visión de los infortunados delanteros cara al gol era la de la diosa Shiva clavada a los maderos. Y esta ‘alianza de civilizaciones’ se tradujo en el primer gol de la Mandarina, el 2-1.
La estrategia la teníamos muy clara, darle la pelota a Luis y que hiciera lo que pudiese mientras los otros tres seguíamos la jugada desde el burladero, plagiando descaradamente a la Argentina de Italia’90. Que la SGAE no se entere, por favor. En una de esas Luis alcanzó exhausto la línea de fondo, y como si se tratara del acto último de su vida, logró sacar un bello epitafio en forma de centro al segundo palo para que Radchenko, que casualmente estaba por ahí excavando esa región del área en busca de restos arqueológicos, hiciera gala de esa sangre fría que exhibe cuando le lleva la contraria hasta a quienes le dan la razón, e ignorando primero el crujir de sus tendones púbicos al estirar la pierna 60º sobre la horizontal, pinchara el balón dejándolo muerto a media altura, para después, apurando hasta el último momento el aliento de los defensas en su cogote, rematar limpiamente con la puntera a gol.
La lógica dice, salvo que seas Fernando Torres, que si disparas claramente a portería unas cien veces en 10 minutos, alguna será gol. Nada más que decir acerca del tercero de ellos. Aún así fuimos capaces de mantener nuestra táctica y espíritu inquebrantables y reunir fuerzas para pasarle en corto la pelota a Luis, que tras regatearse a dios y la madre, acabó con un chupinazo de fuera del área a las mallas. Los demás aplaudimos a rabiar desde nuestro campo. 3-2 al descanso. Todo era posible, el hombre es quien se marca sus propios límites.
Y tras la reanudación más de lo mismo, los cinco espartanos defendiendo hasta el último metro de la pocilga mientras Jerjes veía cómo un batallón tras otro se estrellaba en los palos o en la danza del Maestro. Y cuando no, de lleno en la cara de Radchenko, quien no dudó en sacrificarse así pues cualquier impacto en su rostro solo puede producir un cambio a mejor. Y de repente, en un córner a nuestro favor que botó Rubén con su pierna dorada, la Virgen del Pilar bajó de los cielos, recogió la pelota con su mantilla del día y la depositó delicadamente en la bota derecha de Luis, quien honró a la Madre del Hijo del Padre con un golazo de volea. ¡Viva Palafox! ¡Muerte al francés! 3 a 3, y los escribas martilleando compulsivamente jeroglíficos de la hazaña sobre las lápidas de mármol del cercano cementerio de La Almudena.
Las gloriosas leyendas también están llenas de traidores ávidos de monedas, ahí están los lugartenientes de Viriato, o Judas, Malinche, Tamayo y Sáez, Figo. El pagano Marx tenía razón, la Historia es cíclica, se repite como la fabada, no podemos escapar a su rima. Nuestro Efialtes fue el árbitro. Sí, qué pasa, el de siempre, el árbitro. Ya nos tenía con la mosca en la oreja, no nos pitaba ni una, a ellos les permitía de todo… el hecho de que en su pantalón llevara un escudo del Real Madrid explicaba muchas cosas. Así que con el empate a tres a los del Real Pedrada se les inyectaron los ojos en sangre y se lanzaron como una manada de ñus a embestir nuestra portería. Y en una de estas el Maestro, no se sabe a causa de qué hechizo, salió hasta el borde del área para anticiparse a un balón. Y como las líneas de cal de La Elipa las hacen entre trago y trago Masiel y María Jimenez, no se sabía muy bien si cogió el cuero dentro o fuera del área. Ellos lloraron al árbitro “¡mamá, mano!”, el Maestro pareció despertar aturdido del encantamiento y se quedó petrificado en esa misma posición en vez de huir y no alimentar más la duda. Pasó no una, sino cincuenta enjambres de moscas en ese lapsus de tiempo aguardando el gesto del árbitro. Y finalmente Salomón decidió partir al niño en dos, el muy cabrón. Falta al bordísimo del área que encima pasó por medio de la barrera naranja, derrumbándose nuestra formación militar de falange. 4-3. La ilusión se desvaneció, el sueño había acabado, las mujeres arrojaban a sus hijos a la hoguera, los maridos acuchillaban a las mujeres antes de abrirse el vientre, y los ancianos se abandonaban con los ojos vendados a los médicos de la Seguridad Social. Y tras el cuarto gol vino el quinto, el sexto, el séptimo, el octavo augusto. Solo nos quedaban nuestros intestinos por ofrecer al verdugo.
Para colmo Rubén se había roto del todo y se puso de portero. No vamos a hablar mal de ningún camarada que navega en este drakkar vikingo que es la Mandarina, y menos de nuestro Beckenbauer da Vinci. Solo diremos que se veía debajo de la portería como los demás podemos vernos debajo del arco de La Défense de París. Y al final la sed de venganza del Real Pedrada arrasó lo poco que había dejado en pie nuestra política de tierra quemada durante buena parte del partido. Para la historia queda la epopeya de cinco valientes que desafiaron a las hordas bárbaras en nombre de la libertad, la justicia, la democracia, y muy por encima de estas, el Fúrbor, con la esperanza de que las escasas generaciones que sobrevivan en la tercera capa del subsuelo a la debacle del cambio climático no desesperen, y sepan que con un poco de empeño que pongan conseguirán hacer renacer de sus cenizas una nueva humanidad que logre aniquilar definitivamente el planeta Tierra. Va por ustedes, pues.
